domingo, 26 de septiembre de 2010

El tren subterráneo



La luz de cada lámpara en la oscuridad del cielo, justo antes de amanecer, parecía trazar un sendero hacía las nebulosas que debido a los vientos del día anterior se habían desplazado, dejando tras de sí, un cielo claro que permitía ver un inmenso negro, sin una sola estrella. Sentado en el último vagón del tren subterráneo, esta él, posando su mirada en aquellas luces, pequeños puntitos que se podían observar a lo lejos, en las cumbres de los cerros circundantes a la ciudad, en ese corto, pero inolvidable instante en que aquel tren salía de la profundidad para dar cara a la luz del nuevo día; mientras por su mente pasaban una y otra vez la cantidad de problemas que tenía que resolver, al grado de mantener su mente tan ocupada buscando una solución.
Apretaba fuerte el portafolio que llevaba consigo, aunque vacío, le servía como único escudo ante cada persona a su alrededor, tal vez era su paranoia o realmente pasaba por la cabeza de “aquellos”, lo desgraciado que era él.

El recorrido de siempre, los mismo rostros, los mismos títeres, el mismo paisaje; la cotidianeidad de su vida lo llevaba a la desesperación que por dentro se mantenía, mientras mostraba por fuera un total conformismo, esbozaba la sonrisa más falsa que podía con tal de aislarse de todo aquel que tratara de infringir su pequeño mundo.

Se levantó rápidamente de su asiento, mientras a empujones parecía luchar por un premio, el cual sólo era salir para poder emprender una carrera a su trabajo; la amenaza latente de su despido por cada retraso, le ayudaría a sacar de alguna parte de su escuálido cuerpo, la fuerza necesaria para llegar en menos de 5 minutos, a un edificio que se encontraba a por lo menos, 7 calles de la estación.
Mientras corría, a su lado pasaron imágenes de las personas que caminaban por las calles; si esta vez volvía a llegar tarde, se quedaría sin empleo, y comenzó a escuchar las estrepitosas voces de sus hijos y su esposa, pidiendo las cosas más ilógicas, como si fuera asunto de vida o muerte, aquello que él no podía darles, mucho menos sin dinero.

Tomó la tarjeta mientras recobraba el aliento, registró su entrada y subió las escaleras para llegar a su cubículo. Se dispuso a realizar lo de siempre, lo de nunca, permanecer muerto frente a un monitor que regularmente, no le decía nada, junto a un teléfono de extraños, absorto de su realidad; esperó a que el reloj marcara las 6 de la tarde, para terminar su martirio y regresarlo a la soledad que vivía, comía, bebía y respiraba de él.

Los segundos pasaron cada vez más lentos, sus ojos se colgaban de las manecillas del reloj, mientras ensayaba la perfecta escena de la obra de teatro que por meses llevaba planeando. La felicidad se dibujó en su cara como un poema, parecía haber perdido la razón, pero nadie a su alrededor miraba, sólo las paredes silentes eran testigos de cada momento. La hora llegó, el reloj marcaba las 6 en punto; partió con prisa a cumplir con su historia, el recorrido en el tren subterráneo fue más rápido de lo normal, se deleitó imaginando, no podía esperar por llegar a su hogar. El paisaje exterior ahora lucía diferente, la luz de un cegante sol y las siluetas de los edificios, árboles y demás, manchaban la impecable escena que deseaba llevar acabo.

Metió la llave en el cerrojo, la giró, abrió la puerta y posó sus ojos sobre el televisor que no le dejaba dormir en las noches al recordar la fortuna que le había costado y el dinero que cada mes descontaban de su salario a causa de eso; subió lentamente las escaleras, sonriendo giró por el pasillo hacía la izquierda, justo hacía su cuarto. Llamó a su esposa e hijos, el ruido de la planta baja se detuvo por un segundo, mientras ellos subían las escaleras y justo cuando los principales espectadores dieron vuelta en aquel pasillo; una sonrisa adornó su rostro,la de mayor satisfacción en años. Abrió lentamente el closet, la tomó entre sus manos, la llevó a la sien y apretó el gatillo, la bala, atravesó su cráneo, la masa encefálica, apagando neurona por neurona, mientras la constante sonrisa ante el estruendoso grito de emoción de los espectadores, le prolongaban la alegría, que por primera vez iluminaba más que la luz de las lámparas de aquellos amaneceres.

1 comentario:

  1. DOM COBB:
    INSISTOOOO, AUNQUE NO GANARAS ESTE ES UN ESTUPENDO CUENTO Y UNA GENIAL ADICION A TU ANTOLOGIA ESCRITA.
    Y SI VUELVES A DECIR QUE ES BASURA HARE QUE ESCRIBAS 100 VECES...NO! 500.NO!! 1000 VECES:
    NO DEBO DECIR QUE MI GENIALIDAD ES BASURA.
    ME OISTE PEQUEÑA NEUROTICA?
    PARANOID IN THE DARK, THIS RULES!!!!!

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