jueves, 29 de septiembre de 2011

Diez

X Llevaba más de dos horas sentado en el mismo café. No había más que picoteado su comida, mientras se entretenía resolviendo un laberinto que apareció en el periódico del día. Lo volteó, giró, colocó de forma vertical y horizontal. Le dio vuelta a la página e incluso busco alguna clase de respuesta al final de la publicación. La mina de su lápiz estaba demasiado gastada para ese momento y definitivamente el bolígrafo no era una opción factible. Casi para nada, excepto para escritos legales, -condenas- no le temía a utilizar tinta comúnmente, pero a  nadie le gustaba escribir las cosas de modo permanente; a menos de que los remiendos y enmendaduras tardía no sean de importancia. Corrector, claro. El laberinto se tornaría más indescifrable.
Llamó una vez más a la camarera con la esperanza de que ella tuviera algo con que seguir resolviendo el juego ahora colocado sobre la mesa; sin embargo el lugar estaba abarrotado y temía tener que esperar más tiempo del necesario, sólo para reanudar el intento.  Pensó para sí que ya era muy tarde y debía encaminarse a casa, pero no le gustaba dejar cosas inconclusas. Por eso odiaba la expresión "empareja la puerta" no puede haber nada tan inconcluso como una puerta entre el abrir y el cerrar. Ni un cuerpo en dos sitios o el mismo sentimiento dividido entre dos personas.
Camino a casa, no dejó de pensar en el laberinto y las posibles formas de vencerlo. No era como si fuera a conseguir algo con hacerlo, y el diario no ofrecía ningún premio por elaborarlo; mas había algo en su inusual forma que le inspiró el afán. Precisamente ese día dentro de la rutina. Cada tarde, al salir del trabajo, iba a aquel establecimiento por algo que comer. Tantas horas en práctico ayuno le entorpecían la lengua, cosa no le convenía al llegar a su domicilio, pues tenía que inventar excusas sobre su retraso.
Con el paso de los años, sus seres queridos se convirtieron en desconocidos, de esos que difícilmente reciben una llamada el día de su santo -costumbre que su madre le inculcó férreamente-. Sus hijos ahora eran entes desconocidos. El modo más parsimonioso de describirlos, sin incluir resentimientos, era: seres vivos con distinta carga génetica, resultante de la mezcla de los genes de sus progenitores. El contenedor que llamaba hogar era un cuerpo partido en cuatro por fronteras insensibles, pero existentes intrínsecamente en los habitantes del lugar. Un hábitat, ecosistema con seres en peligro de extinción; incomunicados.
Ese día alguien dejo el periódico sobre la mesa que siempre utilizaba. Bajo otras circunstancias, probablemente no habría comenzado a jugar el juego; no era algo que hiciera con frecuencia.
En el trayecto, pensó en ÉL. Por las calles, pensó en ÉL. Bajo los faros, pensó en ÉL. Tocando la puerta y pensando en ÉL. TODO el tiempo lo vislumbró.
Cuando ingresó a su edificio, no le sorprendió encontrarlo prácticamente vacío. A pesar de que en los últimos días muchas personas estuvieron revisando el lugar. Desconocía el motivo; si algo le gustaba de ese edificio es que nadie decía nada. Cada casa, departamento, hueco era un mundo individual. De vez en cuando se cruzaba con el niño del cuarto piso. Le recordaba a sí mismo de pequeño.
En su piso abundaba el silencio, en algún lugar habrían de estar sus hijos, ya volverían. Sólo el ruido de la televisión, proveniente del cuarto que compartía con su esposa, se podía percibir en el ambiente. Era costumbre de ella el dormirse con las voces de alguna película o con las noticias, lo que a él le parecía horroroso, seguro sólo soñaba pesadillas. Pero lucía tan tranquila siempre, que la dejaba descansar. Se preparó para acostarse: se retiró el atuendo del día, no sin antes extraer el laberinto del bolsillo de su saco. Acomodó algunas almohadas sobre la cama, para recostarse sobre éstas, se cubrió con las mantas e inmediatamente sintió el calor del cuerpo a su lado; le resultó reconfortante para sus entumecidos músculos.
Extendió la hoja sobre sus piernas, y la miro casi con desafio. Sin importar que se devanó los sesos con el laberinto, no logró encontrar la manera de llegar a la meta. Lo analizó por una última vez. Trazó dos líneas de esquina a esquina, creando un tache, con lápiz; claro. Dobló el papel y lo guardó en uno de los cajones de la cómoda cercana a su cama. El enigma no iba a desaparecer de su mente, se grabó dentro de sus pupilas; no obstante, le generó emoción, más que ansiedad, la perspectiva de buscar cada día un modo de resolverlo.
Al cerrar los ojos LO vió dentro de sus párpados y sonrió ufano. Ahora el bolígrafo parecía más atractivo.

2 comentarios:

  1. Wow
    Encuentro belleza en cada palabra
    Me gusto mucho el texto
    Fructíferos saludos

    Brenda Ladurie

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  2. me gusta. tan propiamente evocativo, necesita diaogos, o narradores con mas inflexiones. de repente se apalan. se abusa un poco de ese recurso,pero va. va. va.

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