viernes, 23 de septiembre de 2011

Ocho

VIII El rechinido de unos zapatos de plástico venía pisándole los pasos. A pesar de que sus orejas estuvieran cubiertas por unos ostentosos audífonos, podía escuchar la cadencia al caminar de la persona que estaba detrás de él. Ciertamente, lo último que le importaba era descubrir la extraña razón que había llevado a las personas a utilizar plástico en los pies. De sólo pensarlo le provocaba malestar y una especie de bochorno. Calor. El ruido estridente de las guitarras, durante un solo en la canción que escuchaba, acalló el sonido del plástico contra el concreto. Mas nunca se detuvo. Llegó al punto de convertirse molesto, casi paranoico, provocando que él volteara la vista para mirar con desagrado al artifice de aquel martirio. Pero al voltear, su vista se centró solamente en el vistoso color anaranjado de las botas para lluvia. Instrumentos desafinados. Con sus ojos recorrió el cuerpo de ella hasta llegar a su rostro que estaba contraído en una mueca de fastidio, mientras sorteaba los charcos que abarcaban toda la banqueta. De la nada, a él se le olvidó el enojo que sentía hacia la propietaria de esas botas; debajo de la máscara compungida encontró algo que creyó haber perdido. Estaba tan ensimismado creando días naranjas tras sus ojos, que la perdió de vista. Un instante. El cielo naranja que imaginó mentalmente se mezcló con el azul del cielo detrás del edificio donde vivía ella. En ese momento, deseo ser capaz de mirar a través de los objetos, para seguir con su vista la travesía disonante, el camino desconocido conducía a un lugar que prometía sustituir vacíos.

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