viernes, 16 de septiembre de 2011

Siete

VIII Difícilmente algo de la vista desde la ventana le sorprendía, siempre se encontraba abstraída en sus prioridades, o tal vez dentro del discurso del convencimiento, con el cual había llegado a asumir que no existía cosa alguna más importante, mucho menos interesante, que la autocomplacencia.
Difícilmente hacia caso a lo que otros le decían. Era cómoda la vida que llevaba, no tenía mucho de que quejarse, claro, en términos sencillos, sin ahondar. No drama, eso no quedaba con ella. No después de tanto tiempo transcurrido. No obstante, el paisaje que tenía más de 6 años observando día a día, parecía poseer un significado distinto esta vez. Casi simbólico y, siendo intrépida, podría jurar que cada uno de los edificios que conformaban el horizonte tenía una historia conjunta que contar.
El día de lluvia en que observó el puente que llevaba a casa de su amigo; el día de lluvia que mantuvo la nariz pegada al cristal, para así evitar mirar a la pareja que estaba frente de ella. No tiene certeza de cual fue el sentimiento que la recorrió ese día. A lo mejor envidia. Porque añoranza no era, o al menos no la suficiente.
El día de escuela, miércoles, quizá. ¿Lunes?sí, llevaba el incómodo uniforme de la secundaria. Aquel que la hacía pegar alaridos cada lunes. Aunque por dentro era divertido ver como la horda de maniquies la perseguían, a placer. Derecha o izquiera. Más rápido o más lento. Muevan las rodillas y siéntanse cansadas al grado de cerrar las bocas. Urracas. Pero qué va, ese día recuerda no sólo edificios, también olores. Para muchos el olor a basura por la mañana es nauseabundo. Para ella no importa la hora a la que lo inhale en el aire. Le da cierta familiaridad al instante. Recuerda camiones, una escuela que ahora tiene otro color. De amarillo pollo a amarillo crema; apacible, con contornos que se funden.
El día del sueño. El frío del agua de una alberca. La sensación de la tela pegándose a su piel, casi volviéndose parte de ella. El día que alguien decidió esperarla sin motivo aparente. El día que odió natación, porque cuando ese alguien la estrechó entre sus brazos, sintió que apestaba todo su cuerpo a cloro. El día que comprendió que las lentejas pesan más dentro de un cuerpo. Fue cuando al abordar el vagón se quedó dormida, hasta el momento en el que abrió los ojos con la esperanza de haber llegado a su hogar.
Un día más, un día menos. Hoy se sentía demasiado cansada como para intentar solidificar recuerdos, y volver de aquel edificio un fragmento de memoria. Sí, de ese mismo edificio con cristales que se perdía en el azul. Inmenso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario