XIII Lo primero que hizo tras llegar de la escuela, fue quitarse el incómodo uniforme que le obligaban a utilizar todos los lunes. Pantalón color blanco y suéter azul. Los zapatos podían ser negros o blancos, pero el prefería los negros, porque eran lo que usaba conmúnmente al jugar futbol con sus amigos.
Además el blanco, como el del la prenda que utilizaba, se ensuciaba con tanta facilidad, que prefería quedarse quieto durante los recreos, cada lunes, para que su madre no se enojara, pues los pantalones que en la mañana habían salido siendo blancos, regresaban con una tonalidad cercana al negro.
Después de cambiar el uniforme por ropa más cómoda, comenzó a hacer su tarea. Las matemáticas no le gustaban, pero la labor del día sólo era recortar una serie de patrones geométricos que utilizarían al día siguiente en clase. Los había de todas las formas imaginables, pero conservaban algo en común: todos eran de cartón, lo suficientemente duro para no reblandecerse con el pegamento que empelarían los niños una y otra vez hasta lograr pegarlo.
Una de las figuras, la que representó más complejidad, no logró salvarse del filo de las tijeras ni del pulso de un niño tan pequeño como él. Se partió por la mitad; era imposible arreglarla, nisiquiera el pegamento lograría mantener unidas la partes. De cualquier modo, terminó la tarea y por fin podría jugar. La curiosidad que lo llenaba y la ansiedad, se debían a aquel gato (o al menos en su mente lo era) que halló en las escaleras aquel día que se dirigía al techo del edificio.
Preguntó a su mamá si sabía de quién era ese gato, mas le dijo que no eran permitidos ese tipo de animales en el edificio, por lo que era probable que sólo existiera en su imaginación. Él estaba seguro de que no era así, sus ojos no lo engañarían de esa manera: ojos que había adiestrado en los partidos cuando seguía la ruta de la pelota. A lo mejor esta sólo salió momentáneamente de su campo de visión.
Le dijo a su madre que iría por algunos materiales que le faltaron para hacer su tarea. Metió uno de sus aviones de colección debajo de su playera y salió. Nadie visitaba la azotea del lugar, por lo que sabía que no se encontraría a nadie.
El crujido característico de los escalones se escuchó debajo de sus pies, pero ya estaba familiarizado con él. Se detuvo en el mismo sitio en que creyó ver aquel gato y descubrió algo que había ignorado la última vez: un espejo al final de las escaleras estaba recargado sobre la puerta permanentemente cerrada. Era difícil encontrarlo, porque estaba cubierto de algo parecido al hollín que le sigue al fuego. Casi toda la superficie era negra, sólo un sector estaba libre y en éste podía mirarse un reflejo.
Él retrocedió algunos pasos, hasta regresar al escalón donde creyó ver un gato y se dio cuenta de que aquello no había sido más que un reflejo, imposiblemente desgastado y manchado. Desleído por el desinterés. NADIE subía hasta ese punto. En su mente de niño no representó nada, pero en la memoria del espacio significaba más que eso. Las ilusiones que el fantasma era capaz de provocar ensombrecían no sólo los objetos, sino también la vista de quienes no mantenían los ojos bien abiertos.
CUATRO
El crujido característico de los escalones se escuchó debajo de sus pies, pero ya estaba familiarizado con él. Se detuvo en el mismo sitio en que creyó ver aquel gato y descubrió algo que había ignorado la última vez: un espejo al final de las escaleras estaba recargado sobre la puerta permanentemente cerrada. Era difícil encontrarlo, porque estaba cubierto de algo parecido al hollín que le sigue al fuego. Casi toda la superficie era negra, sólo un sector estaba libre y en éste podía mirarse un reflejo.
Él retrocedió algunos pasos, hasta regresar al escalón donde creyó ver un gato y se dio cuenta de que aquello no había sido más que un reflejo, imposiblemente desgastado y manchado. Desleído por el desinterés. NADIE subía hasta ese punto. En su mente de niño no representó nada, pero en la memoria del espacio significaba más que eso. Las ilusiones que el fantasma era capaz de provocar ensombrecían no sólo los objetos, sino también la vista de quienes no mantenían los ojos bien abiertos.
CUATRO
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