sábado, 15 de octubre de 2011

Catorce: La suceptibilidad al abrir las puertas.

XIV Se levantó tan precipitadamente por el sonido del timbre y del celular a la vez, que al ponerse de pie, casi cae de las escaleras, porque no tuvo en realidad nada de tiempo para abrir los ojos. Después de abrir la puerta, en la cual ya nadie esperaba, se sentó en el sofá que funcionaba como sala, y sujeto su cabeza entre sus manos. El timbre seguía retumbándole en los oídos. A lo mejor era una efecto completamente normal, tras levantarse del modo en que ella lo hizo; o tal vez era resultado de la forma particular de tocar del desconocido que sólo vino a fastidiarle el sueño.
Cuando llegó de trabajar, sus pies buscaron mecánicamente su alcoba, y se dejó caer en el roído y viejo colchón, que tanto le gustaba a ella precisamente por desgastado. El tiempo que tardó en quedarse dormida por el cansancio era imposible de medir. El poco tiempo que durmió en el vagón fue insuficiente para el estado de su cuerpo. Mantener los párpados abiertos le resultaba incluso mucho más difícil que rememorar, algo que con los días se volvió tópico. No quería hacerlo, no le servía de nada y no creía que por estar pensando en algo con frecuencia, excesiva frecuencia, habría de materializarse ante sus ojos. Sin embargo, cada vez le era más difícil evitarlo:¿por qué su memoria tenía que llenar todos los espacios? en ocasiones se preguntaban si eran las cosas las que se acomodaban en el orden exacto, para generar el caos dentro de ella al traer tantos recuerdos ante sus ojos; o si era ella la que por dentro deseaba tanto regresar a esos instantes en lo que solía sentirse completa. Fueron tan vanos, tan maravilloso, imperfectos, repentinos, que así como llegaron se fueron yendo; se desmoronaron.
Soñó con un una perfecta /y/ a mitad del camino, nisiquiera le era posible reconocer en dónde se hallaba. No creía conocerlo, pero no habría sido raro que, una vez más, fuera ilusorio. Lo tocó y sintió el calor del sol sobre el pavimento del sendero que desembocaba en una enorme /y/ Por un momento se sintió como una caricatura y supuso que alguno de los dos caminos te llevaba a un paraíso, mientras que el otro, a un infierno. Estaba soñando, si ella quería disponer de ese modo las cosas era posible. Ahí sí lo era. Pero únicamente allí.
No había ningún conejo saltarín apresurado al cual seguir. La decisión no requería de ayuda, no la permitía; era más una prueba de valor. Mas se sentía desganada, como un costal de huesos arrastrado por inercia natural. Quizá algún viento en el camino habría de moverla hacia la dirección precisa. O tal vez nunca se movería y contemplaría eternamente las dos posibilidades. Desconocidas, laberínticas, enfadosas: atractivas.
Juraría que en el instante en que casi se cae de la cama por el sonido del timbre estaba  a nada de tomar una determinación; nunca lo sabría con certeza, el timbre seguía sonando y el golpeteo en sus sienes ya era insoportable.
Caminó tambaleándose de un lado a otro y apoyándose en los muros y los muebles, así no se caería. Bostezó y el suelo se movió con ella. El panorama se oscureció en las esquinas, como una fotografía editada.
Tomó el picaporte, no tenía idea de la personalidad del malvado que interrumpió el sueño; no la visitaban con frecuencia.
La luz del pasillo la cegó de forma pasajera, cubrió sus ojos con las manos; esa misma luz le daba un aspecto divino al individuo que estaba delante de ella. Poco a poco se volvió más nítida la imagen y lo reconoció.
Rememoró poco tiempo atrás el fastidio cuando lo veía, y ahora lo sentía lejano. Estaba ahí, antes que cualquier otro. Enredándose. En la puerta.
SIETE

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