lunes, 17 de octubre de 2011

Quince

XV
llanto.

(Del lat. planctus).


1. m. Efusión de lágrimas acompañada frecuentemente de lamentos y sollozos.

anegarse en ~.

1. loc. verb. llorar a lágrima viva


Releía y releía las mismas líneas; esperaba que de algún modo desaparecerían si seguía mirándolas con despecho. Pero no. Pasaron semanas y volvía a encontrarlas intactas, a manera de prueba. Era casi como una burla. Tenía sobrevaloradas las letras y aquellas sólo se reían en su cara. Ellas y su procedencia. Ellas y su destinatario.
Su hermana siempre tenía problemas en sus relaciones; cuando se quedaba escuchando todo lo que le contaba (a la edad de 10 años) se decía para sí: eso nunca me va a pasar. Alicia lloraba hasta el cansancio, su rostro se tornaba rojo y parecía hinchado. Lloraba con aspavientos, como cuando los bebés hacen berrinches y parece que están a punto de ahogarse. Muchas veces la observó a distancia, no podía ofrecerle un consejo viable. Para una niña de 10 años su mayor problema era el niño que la molestaba en el recreo y que hacía que todo el salón dejara de hablarle. No sabía del llanto por...por lo que sea que su hermana haya llorado. Cuando creció, lentamente y de la peor manera, entendió todo.

Tenía una pequeña risa, sus labios estaban tensados por las esquinas de forma imperceptible, casi. Se sentía como niña. Como toda niña que, cuando no quiere mirar algo, se cubre los ojos con las manos, no obstante, entre las rendijas de los dedos se alcanza a ver todo y  se entera de más de lo necesario. O como cuando observa de reojo por las calles y sin temor alguno levanta un dedo y lo señala, para preguntar qué es lo que está presenciando.

La risa entre dientes le estaba generando un dolor insoportable en la quijada; la mantenía apretada fuertemente para que nadie, en un cuarto donde no había nada, se diera cuenta de que ya había entendido el chiste e incluso, ahora, planeaba contarlo. Desperdigarlo. Normalmente era de esas que se tardaban en entender el encanto de las bromas, pero esta vez se sentía por delante de todos. Conocía a los intérpretes de la graciosada. Cuestionó la elección de los actores, ¡NO podían ser otros! el chiste habría dejado de ser cómico sin ellos. No conocía la dimensión de cada personaje, mas sí lo suficiente para predecir, entender, representar en su cabeza. Recrear mediante ella misma, con presencias involuntarias que jugaron; formaron parte de la representación. Era una amenaza por debajo del agua.

La línea que dividía a los personajes del individuo real se volvió difusa, al grado de parecer inexistente. Ella se miraba y BUSCABA el doblez entre ambas. La no quería ver y la que tenía ojos incluso en las palmas.

Las preguntas seguían siendo las mismas. Su rostro se deformó por el cambio. Soltó una risa, como si fuese un hipido. Parpadeo rápido, más rápido. Se tornó rojo (a) Ese día lloró como su hermana.

ONCE

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