sábado, 22 de octubre de 2011

Dieciséis

XVI El despacho de arquitectos que se encontraba en una de las zonas más prestigiadas de la ciudad, funcionaba como cualquier otro día: las secretarias atendían los teléfonos, la sala de juntas alojaba un enorme grupo de empresarios, mientras que la de espera lucía más abandonada que de costumbre; sólo un joven permanecía sentado en los sofisticados sillones que coordinaban con el resto de los muebles de todas las oficinas. Él miraba por la ventana; la vista que ofrecía el cuarto piso era cautivadora a esa hora de la tarde, en la que pareciera que, mientras las cosas se mueven rápidamente, hay pequeños factores que sin importar si son ignorados, se gestan con tranquilidad, con un ritmo distinto; casi secretos. Al joven le gustaba pensar en ello, en ese "algo" que nadie más notaba. 

Un ambiente de anhelo se respiraba en esa sala de espera; deseo, ansiedad. No obstante, una de las oficinas contenía toda la presión y frustraciones del resto de los individuos alrededor. El arquitecto daba vueltas a su escritorio y recorría de un lado a lado el escaso espacio 4x4. Los compañeros que lo habían acompañado en el desarrollo del proyecto que ahora lo dejaba sin sueño, lo abandonaron por empresas de mayor renombre.

Miró más de 50 veces, desde distintas perspectivas, la maqueta y los planos que fungían como ornamento de los pisos y todo lugar en su oficina. Sólo quería encontrar el problema; el detalle que tenía en el precipio al edificio que tantas veces soñó de pequeño. Y más que eso, también deambulaba entre las diversas repercusiones que traería el derrumbamiento de una construcción de ese costo; también contempló la cantidad de personas que vivían allí y lo mucho que les afectaría ser desalojadas por el peligro latente, o en el peor de los casos, lo que les pasaría si todo se viniera abajo.
El riesgo era latente. Un secreto a miles de voces, porque las quejas que vociferaban los habitantes en las contestadoras del despacho, eran prueba de que nadie ignoraba el asunto: inundaciones, quiebres en las paredes, problemas con las tuberías de agua y gas, techos que se deshacían, elevadores defectuosos y escaleras que crujían más que de viejas. Las secretarias lo sabían, los principales de la oficina, los encargados de la limpieza, los repartidores de correo; pero de todo, sólo él prestaba atención a esas voces. Permanecían en su cabeza durante el día. Si no actuaba, algo más que un edificio se vendría abajo.

Sobre su escritorio, descansaba la maqueta, la cabeza la dolía de tanto mirarla. Recordó el escepticismo años atrás. Nunca creyó que aceptaran su propuesta, y aun temiendo quedar ridiculizado ante sus jefes y colegas, hizo con excesiva premura, un modelo que representaba lo que de niño imaginó. Cada simulación de ese edificio miniatura, cuya diseño pretendía hacer que se perdiera en el azul inmenso del cielo, llevaba partes de él. El deseo infantil materializado a marchas forzadas.

El día que lo presentó, juraría que estaba deshaciéndose en sudor: las palmas se le hacían agua y temblaban como hojas al viento. Con palabras inseguras expresó lo que era para él ese sencillo prototipo. Gradualmente su rostro se llenó de alegría. Adelantada. Le dolía la cara por la mueca atornillada; el enojo que sentía por la espera antes de poder ser atendido, se desvaneció justo en el momento en que describía su creación y a su vez se edificaba a sí mismo. La imagen que tendría, sería superior a la de cualquier otro complejo. No era solamente un diseño arriesgado, sino también ambicioso en extremo: cuidar la estética y estructura, con todos y sus minucias, sería tarea ardua; no obstante, eso sólo inflaba el afán. La mirada adusta de su jefe, justo en ese instante, le provocó un vuelco: "tuvo un pálpito, fue el primero de muchos". El tiempo no le suponía un problema, no tenía con que alimentar su ilusión, pero podía desdeñar lo poco importante. Dos años tardó la construcción y cuando puso un pie dentro de ella SUS voces se acallaron, en ese entonces. Poco a poco el eco minaría los cimientos, mas eso nadie tenía porqué saberlo.


Tomó asiento; estaba frente a él.  El teléfono sonaba incesante, el estupor y la niebla densa del recuerdo, le invirtieron los sentidos. El timbrado del celular dentro del bolsillo de su pantalón consiguió despertarlo. Con nerviosismo se puso de pie y se dispuso a contestar; temía que le dijeran que el edificio ya se había deshecho. Sacó trabajosamente el aparato; las manos le temblaban y sudaban como aquel día.
Lo que pasó fue lo suficientemente rápido como para no poder predecirlo: el celular escandaloso resbaló de sus manos y cayó sobre la maqueta del edificio; se deshizo como el hielo desgajándose, la antigüedad del modelo sólo contribuyó a que se destruyera. La columna principal se quebró y todo se vino abajo. No parpadeó, lo miró sin emitir palabra. Al final, dejó salir un suspiro lastimero. Esta vez no permitiría que los ojos se le llenaran de agua. Vio lo que alguna vez fue su sueño, destruise frente a él. Sólo fue un espectador del suceso ajeno.
Le dedicó una última mirada antes de salir de su oficina y dejar la puerta abierta con las luces apagadas.

Uno de los mensajeros de la empresa se dispuso a entregar el último paquete del día; la oficina donde se encontraba el destinatario tenía la puerta abierta. Entró con sigilo, mas no halló a nadie. Dejó el paquete sobre le mesa y descubrió la maqueta deshecha. Estaba tan maltrecho el objeto, que supuso nadie lo quería. Encontró un muñequito, que técnicamente se llamaba "escala humana", y algunos muebles que lucían como de juguete; quizá le servirían a su hijo para divertirse un rato, no tenían porqué tirar todo a la basura.

DOS

1 comentario:

  1. La verdadera estrella del relato es el propio edificio. Capaz de dotar a los personajes de un singular sentido de la realidad y capaz también de moverles el piso de la cordura. Después de todo no hay lugar que provoque tanta claustrofobia como una angosta,incomoda y monótona oficina.
    Muy bueno.

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