lunes, 31 de octubre de 2011

Dieciocho: Fe de erratas

XVIII Despertó sintiéndose completamente tranquilo con la determinación que había tomado la noche antes. Su mujer no le preguntó por la hora de su llegada, pero sí por la hoja de periódico doblada, que descansaba sobre la cómoda a lado de su cama. Ella era de esas amas de casa meticulosas y extremadamente ordenadas, por lo que antes de deshechar de cualquier cosa, se aseguraba de que eso no provocara ningún conflicto en alguno de los integrantes de la familia(especie). Todo a raíz de cierto día, en el que se deshizo de los papeles que se hallaban sobre el escritorio de su hijo y sin querer, entre ellos se había llevado un documento (serio, con tinta)cuyo destino fatal fue una trituradora de papel.
Aquella mañana, preguntó a su marido si podía tirar el papel rayoneado y maltrecho; él, con una sonrisa poco usual, contestó que no y lo guardó dentro de uno de sus libros favoritos:___________________.
Mas hoy, a diferencia de otros días, antes de llegar al trabajo, decidió comprar el periódico. Quizá el acertijo en esta ocasión resultara igual de emocionante que aquel que descansaba dentro de su novela predilecta. Después de adquirir el diario, lo colocó debajo de su brazo; podría haberse acostumbrado a tenerlo siempre en ese lugar: le resultó familiar el sonido del papel rozando la tela de su saco y acompañando la melodía que creaban sus zapatos contra el asfalto.
El hombre se dirigió como cualquier día a su trabajo, sintiéndose incluso más valiente que otros: sería capaz de retar las intimidantes miradas de las secretarias de su oficina, cada vez que él decidía aflojarse la corbata y dejarse caer desmadejado en su propio asiento. También podría tolerar el cuchicheo proveniente de la cola para sacar copias, cuyo tema central era el mucho TIEMPO que a él le tomaba copiar sus papeles. Sí, podría con todo; si decidió aceptar el reto de aquel laberinto, lo que se le apareciera después no representaría ninguna complicación.
Las cosas parecían estar en su lugar, perfectas, inmutables. Él único que había cambiado, por dentro, era él. Miraba todo tan distinto. Ni siquiera experimentó el disgusto de cada día, cuando se daba cuenta de que alguno de sus hijos no regresó a casa, o cuando los veía entrar en la madrugada tambaleándose de un lado a otro. Nada parecía capaz de arruinar la nueva perspectiva. Y es que cada día se estaba quedando más ciego.
Al término de sus actividades, fue al establecimiento de siempre: ya se imaginaba a sí mismo saboreando una taza de café con el periódico frente a sus ojos y deslizando el lápiz sobre la superficie de papel, mientras resolvía algun acertijo o crucigrama, lo que sea que haya salido ese día.
Decidió aventurarse y pedir algo distinto a lo cotidiano; a pesar de que un gesto de felicidad atravesaba su rostro, para la camarera no simbolizó nada, pues lo único que quería era terminar su turno e irse a casa a dormir: hasta cierto punto la felicidad de aquel hombre, tan efímera, le resultó molesta. Anotó el pedido y se fue a prepararlo. El señor la siguió con la mirada. Esperó ansioso.
Abrió el periódico lentamente, como si supiera que dentro le aguardaba una sorpresa. Con sus ojos recorrió cada una de las secciones. Economía, Política, Cultura, Deportes, hasta llegar al final de la publicación, donde se encontraban los juegos. A primera vista, se dio cuenta de que era un crucigrama. En ese momento llego la joven con su orden; la colocó con tanto desdén sobre el mesón, que algunas gotas de café salpicaron el periódico y la camisa de él, ese accidente -quizá acto malintencionado- le hizo notar algo en la parte posterior del crucigrama: fe de erratas, en letras negras y lo suficientemente grandes para llamar la atención.  Alguna vez leyó una expresión parecida, mas no recordaba donde, así que no le quedó más remedio que leer lo que decía las líneas debajo de ese encabezado: "pedimos disculpas a nuestros lectores, puesto que en nuestra publicación anterior, apareció impreso una actividad lúdica sin posible solución. Agradecemos su compresión".
Tardó un rato en comprender lo que le decían esas sentencias, hasta que entendió que lo que manifestaban era un error en la publicación; nada fuera de lo común, eso solía pasar en revistas, libros, folletos. Ya está. No era nada raro. Sin embargo, resintió que el asunto no se quedaba allí.
Ignoró la comida y soltó algunos billetes en la mesa y salió del lugar.
"En el trayecto, pensó en ÉL. Por las calles, pensó en ÉL. Bajo los faros, pensó en ÉL. Tocando la puerta y pensando en ÉL. TODO el tiempo lo vislumbró".  Quizá se referían a otra actividad de las muchas que tenía el periódico, incluso existía la posibilidad de que el que encontró en el restaurante el día anterior, haya sido pasado: otro mes, otro año.
Para variar, su casa estaba sola; mejor, tal vez sería la ocasión en que el laberinto podría resolverse. Se acercó al librero de su alcoba, y buscó la novela en la cual lo había guardado. Una vez que lo halló, desdobló la hoja sobre la cama y miró las esquinas superiores para encontrar la fecha.
Todas sus conjeturas se desplomaron al darse cuenta de que aquel juego sin solución era exactamente el mismo que había logrado sacarlo de su rutina. La fe de erratas se refería a la hoja que sostenía entre sus manos. No sabía si sentirse feliz, puesto que no había podido resolverlo porque era imposible, o entristecerse, ya que nunca conocería el camino hacía el centro del laberinto. Era una mezcla de ambas, y al enojo le sobrevino la aceptación. Aceptación que sólo pudo canalizar de un modo: tomo los dos extremos del papel de periódico y lo rompió por la mitad, una vez, otra vez, otra vez y otra vez, hasta que quedaron pedazos del tamaño de una goma de borrar. Algunos fragmentos se le escaparon entre los dedos, y el movimiento grácil de su caída lo hiptonizó momentáneamente. Hasta que volvió a parpadear y la luz del cuarto tomó el matiz de la noche del día anterior, cuando se había sentido frustrado por no encontrar respuestas.
Nada sería capaz de borrar la imagen de ese laberinto, que se hallaba dentro de sus párpados; con el tiempo se volvería igual de molesta que una basura dentro del ojos, generándole lágrimas. Recogió todos los pedazos y se dirigió al cuarto donde su mujer tenía la trituradora de papel que utilizaba cuando se deshacía de montañas de basura. A veces elaboraba hojas recicladas de todos los restos que quedaban de otros documentos. Pero era muy de vez en cuando. Podría ser que ese fuera el mejor destino del laberinto; deshacerse junto con todos sus enigmas y ser reconstruido, lentamente, en espera, postergado, dentro de otro cuerpo.

Procrastinación.

DIEZ

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